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“No temas, pequeño rebaño”

Chimbote en Línea (Por: P. Segundo Díaz Flores)  Apreciados hermanos en Cristo Jesús, hoy la palabra de Dios nos habla sobre la salvación esperada por el pueblo de Dios: “Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los enemigos, pues con una misma acción castigabas a los adversarios y nos honrabas, llamándonos a ti”.

Cuántas veces hemos pedido esto al Señor, pero hasta que no llegue el auxilio del Señor, los que esperamos en Dios tenemos que ser solidarios: “Los santos hijos de los justos ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes…”  (Sab 18, 6-9).

En el Salmos de este domingo se proclama: “Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como herencia”, esta dicha no se compara con la dicha o felicidad propia de la satisfacción un instinto, o la consecución de un placer o una meta meramente humana.

La felicidad de los cristianos (católicos y protestantes o hermanos separados), se debe a la elección que el Señor ha hecho con nosotros.

Aunque pasemos por muchos males: insultos, calumnias, desprecios, indiferencia, burlas, incluso la muerte, no debemos desesperar, y tener paciencia en la acción de Dios, puesto que  “los ojos del Señor están puestos en sus fieles,  en los que esperan en su misericordia,  para librar sus vidas de la muerte  y reanimarlos en tiempo de hambre…” (Sal 32, 1.12.18-22).

El autor de la Carta a los Hebreos, define: “La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve”. Ante tanta desgracia y desencanto del mundo, muchas veces pareciera que la maldad se impone cada día en las estructuras sociales, políticas y económicas de nuestro país; pero la Palabra de Dios nos invita a mantenernos firme en la fe, como Abraham, padre de la fe, porque creyó contra toda esperanza en el cumplimiento de la promesa divina, cuya plenitud es la herencia del Cielo, la patria definitiva.

Por eso los cristianos católicos y demás creyentes, sabemos que nuestra patria eterna es la del cielo, y aunque la certeza del morir nos entristece, nos alegra nuestra feliz resurrección para la vida eterna. Nuestra meta es una “patria mejor, la del cielo...”

Jesús en el Evangelio nos invita a ser hombres y mujeres de fe. La fe nos mantiene despiertos, por la fe a igual que Abraham, confiamos en Dios, y ante las diversas dificultades del mundo, los ataques del demonio, y el desorden de nuestras pasiones, Jesús nos dice “No temas, pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes ha tenido a bien darles el Reino”.

Ante la ambición desmesurada de riqueza, de poder, de fama y de cualquier forma de autoafirmación egoísta, el Evangelio nos exhorta: “vendan sus bienes y den limosna; consíganse bolsas que no se desgasten, y acumulen un tesoro inagotable en el Cielo, donde no se acercan los ladrones ni destruye la polilla.

Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón”. Cuantos de nosotros ponemos nuestra confianza en el dinero, y somos capaces de claudicar los valores, vender nuestra conciencia e incluso matar al prójimo por mera ambición, pero Dios siempre nos advierte ante el peligro de las riquezas, que no duran porque son robadas o destruidas, o simplemente no las podemos llevar después de la muerte.

Por eso Jesucristo, nos invita a estar en actitud de vigilancia, a “tener ceñida la cintura y encendidas las lámparas”. Ceñida la cintura, preparados para el gran viaje de nuestra vida, de la terrenal a la futura, encendida la lámpara de la fe, que nos hace esperar en el regreso de nuestro Señor, quien vendrá a juzgar a vivos y muertos, y el Juicio de Dios es un justo juicio, no como los juicios inicuos de los hombres, donde inocentes están en las cárceles y culpables están libres.

El juicio de Dios es proporcional a la responsabilidad recibida, y todos los hombres, varones y mujeres, compareceremos ante el tribunal divino, donde la plata y el oro, no servirán para escaparnos de la sentencia merecida por nuestros actos injustos cometidos en la tierra, porque “a quien se le dio mucho, se le exigirá mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más» (Lc 12, 32-48).