El Chimbote juvenil de Julio Ortega

Chimbote en Línea (Por: Ricardo Ayllón)  Julio Ortega quizá sea el iniciador y paradigma de los libros de relatos con intencionada atmósfera chimbotana, donde las historias se asientan y orbitan de manera marcada en el tráfago de la aún adolescente industria pesquera. Su capacidad de nutrir al lector del ámbito porteño de los años 60 vivido en carne propia, sorprende por la acertada muestra de un humano palpitar. En “Las islas blancas. Relatos de pesca” (1966), Ortega demuestra pese a su juventud que sabe no solo de fervores sino también de rigores en la disciplina del oficio literario. El escritor permite conocer un Chimbote vivificándose en la marejada de la intensa y perturbadora actividad pesquera, verdadero motor de esta ciudad en formación.

De 1968 es “Las viñas de Moro”, conjunto lírico que contiene quizá el más hermoso poema sobre una gesta popular chimbotana: “Memorias de polvo y luz”, crónica del fatal encuentro de pescadores y policías en el puente Gálvez durante una huelga de la década del ’60 que produjo la muerte de cuatro hombres de mar. Este episodio fue recreado también por el propio Ortega en el cuento “Los muertos” y por Antonio Salinas en “Los ataúdes de mi padre”. He aquí una muestra del referido poema: “Oh muchachos de mi pueblo, un cuerpo ha / entrado / a mis costillas, el golpe de un rostro sobre / el polvo, / y la tierra que cede suavemente / al sudor que la enjoya: / corrió en mis venas, abrió sus manos, / y en el polvo incendiado / proseguía mi carne, en el revuelto polvo / respiraba dos tiempos, / un día de junio”.

“Mediodía”, de 1970, es toda una exploración verbal. Latinoamérica vive su boom novelístico y nuestros narradores locales experimentan con las herramientas que tienen a la mano. En esta novela juvenil a caballo entre Chimbote y Lima, el puerto con sus calles de apariencia limpia y bucólica (“detenidos en esa esquina del Barrio Fiscal, fumando y aburridos en el calor de diciembre”; “A esa hora la plaza reverbera, vacía”), parece sin embargo y por momentos un Chimbote parecido al actual: “Según corre el sol las calles acrecientan el ruido y a las doce del día la voz debe alzarse para vencer el calor”.

“El oro de Moscú”, cuento de 1986 (publicado en su primera edición junto a la novela “Adiós, Ayacucho”), retrocede unos años con respecto a la edad de sus protagonistas. Estos están en el último año de colegio y permiten que sus reflexiones y conversaciones discurran por el de sus lecturas, por el de sus primeros referentes literarios y políticos, poniéndonos ante la sensación de un Chimbote juvenil con todas las intenciones de madurar “en sus primeros pasos hacia la vida adulta” como reza parte del subtítulo del cuento.

Por último, con referencia a nuestra ciudad, Ortega entregó “Puerta Sechín” (2005), curioso volumen testimonial y reflexivo donde pretende sumarse a la “búsqueda de la pertenencia y la memoria local”, y en el que resulta valioso descubrir estas confesiones que definen mejor la pretendida relación de juventud entre autor y ciudad a la que venimos postulando: “De muchacho, a fines de los años 50, cuando terminaba la secundaria y empezaba a escribir en un diario de Chimbote, asistí a mi propio nacimiento adulto”. Líneas reveladoras que nos reclaman la relectura detenida de este Ortega juvenil desde su experiencia y su memoria.


 

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