"Cuando la noche no es ciudad", de Iván Blas Hervias

Chimbote en Línea (Por: Ricardo Ayllón)  Con la aparición de “El zorro de arriba y el zorro de abajo” (1971), libro póstumo de José María Arguedas, Chimbote se convierte en punto visible de la novelística universal, aunque tan solo como escenario de acciones de la referida novela, y no precisamente como un espacio cierto de la actividad creativa, lo que ocurre todavía años después con la publicación de algunas novelas locales, entre las que podemos citar: “Ciriaco, el último profeta” (1987) de Julio Rodríguez Arellano, “El puma habita en el alcanfor” (1999) de Marco Leclère San Román, las buenas entregas de Fernando Cueto: “Llora corazón” (2006), “Ese camino existe” (2012) o la reciente “El diluvio de Rosaura Albina” (2014), entre otras; u “Hombres de mar” (2011) de Óscar Colchado Lucio.

Sin embargo, existe también un número importante de novelas catalogables como chimbotanas pese a haber sido escritas en otras localidades del planeta. Las más representativas son: “Leyenda del padre” (2001) de Miguel Rodríguez Liñán, con estancia en Francia; “Cuando cayó la noche” (2006) de Víctor Sagástegui, residente también en Francia; y “Alejandro y los pescadores de Tancay” (2004) y “El Misha” (2014) de Braulio Muñoz, quien vive en los Estados Unidos.

A este último grupo se suma “Cuando la noche no es ciudad” (Ornitorrinco, 2014) de Iván Blas Hervias, chimbotano que se mueve entre las ciudades de París y Barcelona, y que ha publicado anteriormente “Retazos breves” (cuentos) y “Correos al auxilio de la memoria” (poemas), reforzando tal actividad con su participación en la edición de las revistas de literatura “Paseos andinos”, “La otra ribera”, y el boletín “Garúa”.

“Cuando la noche no es ciudad” narra la historia del adolescente Jairo Martínez-Carreras, quien sufre un destierro familiar; y en Saya, la pequeña localidad del interior peruano a donde llega desde Lima, descubre un nuevo y desconocido Perú. El libro constituye un relato vertiginoso y palpitante de nuestros desencuentros sociales, pero es también una suma de sucesos misteriosos que buscan ser esclarecidos en aquel infierno grande (o pueblo chico) donde los prejuicios y el arraigo regional juegan su propio rol.

La narración avanza de forma lineal, fluida y trepidante (el texto no tiene capítulos), y está relatada por una voz omnisciente que, pese al movimiento alterno de algunas subtramas (como las historias personales de Nohelia, Ruperto y Sebastián Martínez, padre y abuelo de Jairo, respectivamente; y la del ermitaño Horacio Fonte), logra ponernos frente a una inquietante propuesta realista y particular de este país multicultural y escindido.

Mas no se crea que se trata de una visión pesimista o fatídica, todo lo contrario: el manejo festivo del lenguaje, la celebración de las costumbres locales, la gozosa potenciación de la nostalgia, el matiz amoroso al final del relato, y el asombro constante en el ojo juvenil del protagonista, convierten a este libro en un atractivo e importante lienzo de nuestra diversidad narrativa, poniéndonos al tanto de las próximas entregas creativas de Iván Blas Hervias.

 

 

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