Navidad, niños pobres y trabajadores

Chimbote en Línea (Por: Germán Torres Cobián) Lo primero que me hace evocar  la palabra Navidad es un dibujo que vi en mi infancia: representaba a un niño pobre sin zapatos y con remiendos en el  pantalón, junto a un árbol  de forma triangular.

Como todos sabemos, la Navidad está íntimamente ligada a los niños, y si son pobres, con mayor razón. No sería capaz de explicar  la relación que a veces se me ocurre que puede existir entre ciertas formas externas del catolicismo y el hábito de penitencia del  Señor de los Milagros; en cambio, la concordancia entre la Navidad y  los niños es evidente por sí misma, y si esos chiquillos son pobres, mejor. Me explico: si no hubiera niños pobres, no habría Navidad tal como ahora la conocemos. Tampoco habría Papá Noel, ni Reyes Magos. Me refiero, claro está, a las celebraciones mundanas o “paganas” del costumbrismo navideño.

Por  la marginación  en que viven, olvidados de todos,  los pobres dan motivo a que  algunas almas caritativas -mayormente miembros de la Iglesia Católica- vayan  a sus casas y  les lleven unos regalos y algunas esperanzas.

Y mucho más ahora que, desde la ascensión al Papado del Obispo  Francisco, de nuevo se ha puesto de moda hablar de la Iglesia de los pobres. Sin embargo, debo  confesar que este título no me gusta por la resonancia sentimental que tiene en los  oídos de las personas.

Mucho me temo que la mayoría de creyentes queda seducida  por ese nombre, que les parece lleno de amor hacia los oprimidos de la sociedad. Sospecho vehementemente que, tras esa expresión sugerente, hay un sentimentalismo romántico hacia la pobreza que nada tiene que ver ni con el cristianismo ni con el desarrollo social.

Todo punto de vista puramente emocional y sensiblero hacia el pobre lo único que hace es dulcificar su situación. Porque defiende un cierto estatus en torno a su desgraciada realidad y nos inhabilita para una transformación racional  de la sociedad.

En realidad,  no se trata de mitificar  a una clase oprimida, sino de hacerla salir de su estado de subdesarrollo o de injusticia. Por eso, tiene que cambiar la  actitud respecto a los regalos que se obsequia a  los niños pobres. No se debe  imbuir en sus mentes infantiles un hecho (los regalos), uniéndolo férreamente a una actitud (la caridad) que les impresiona  profundamente en estos días. Entiendo que el regalo a los niños pobres, como muestra de afecto y solidaridad es buena  costumbre, pero no se debe dar la sensación de que esos regalos se van a eternizar.

Esto podría ser desastroso para el futuro de esos niños  cuando conozcan que verdaderamente, el mundo  está lleno de egoísmo. “La sensiblería o el moralismo – dice en su “Teología del Trabajo” el Padre Chenu, O.P.- hacen  menos por la justicia de los oprimidos que una transformación estructural económica propugnada racionalmente”.

Esta es una verdad más grande que la Catedral de Nuevo Chimbote: el sentimentalismo de algunos reformadores sociales de los dos últimos  siglos  nunca consiguió nada eficaz por la justicia social.

Con el regalo de Navidad  a los trabajadores también  hay que andar con  cuidado. En algunas empresas que no tienen muchos operarios, normalmente es el dueño el que tiene la deferencia de ir a saludar a los obreros.

Esto le cae muy bien al trabajador, porque en estas ocasiones, el dueño se emociona mucho y todo el mundo se da cuenta de que es sincero. En general, el obrero encuentra que este gesto es muy bonito. Sin embargo, lo mejor que puede tener el dueño de una empresa  con sus obreros no es un gesto, sino un detalle.

El detalle es más difícil que el gesto y a menudo supone la entrega de una cantidad de dinero en efectivo que se llama gratificación. El dinero es, en el fondo, lo que más agradece un obrero, no por el dinero en sí, sino porque es un detalle y, claro, siempre viene bien para parchar algunas deudas, para hacer  compras. A nadie le amarga un dulce.

El obrero de la gran industria tiene un contacto más impersonal con  el propietario o propietarios, que se diluyen  en  una sociedad anónima. Éstos suelen pagar puntualmente la  “grati”, so pena de recibir una fuerte multa si no lo realizan.

En las empresas informales, de esos sujetos  que se dicen emprendedores,  lo máximo  que  puede suceder  es que el gerente haga  un breve discurso a los trabajadores y luego ordene servir algo: un pedazo de panetón barato y una copa  de champán-chicha.

En fin, la celebración de la Navidad es una costumbre que no se debería perder, sobre todo porque es una práctica muy enraizada en nuestro país.  Sin embargo, una costumbre se puede perder (la  mala tradición de la tauromaquia  se está perdiendo, por ejemplo), claro que se puede perder en algunas ciudades del Perú,  aunque sea una tradición muy arraigada. Pero en Chimbote, qué se va a perder esa costumbre si muchos borrachos conocidos y alcohólicos no tan anónimos  empiezan a celebrarla desde principios de diciembre… Y por allí he escuchado  a un comerciante de  juguetes  y distribuidor de panetones vociferar  que,  “¡tendría que haber dos navidades al año!”.

 

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