"Creo en el perdón de los pecados"

Chimbote en Línea (Por: P. Matías Siebenaller) El mal es el único misterio en el cual no hay que creer, pero pensar mucho”, decía la gran creyente mística francesa Maric Noêl (+1967). Sirvan estas pocas líneas para tener presente el gran sufrimiento en el mundo causado por nuestros pecados y descubrir también en esta dolorosa realidad una brisa que habla de la presencia de Dios, una luz que perfora la oscuridad, una mano que nos levanta.
 

“La terrible banalidad  del mal” 

Los ruidos de guerra en el mundo no disminuyen. La violencia sigue cobrando incontables víctimas. La mitad de los habitantes de la tierra padece hambre y el ordenamiento económico de los países dominantes no se compadece.

Hasta la invocación del nombre de Dios sirve para justificar odios, venganzas y destrucciones. La políti-ca no logra cumplir con su vocación y su cometido de inclusión social.

Estas listas y estos noticieros de calamidades son del nunca acabar y no suelen recordar que tanto dolor tiene culpables y se debe al uso perverso de la libertad humana, a lo que llamamos pecado. Se sigue defendiendo la legalidad de ciertas prácticas, aunque tengan efectos colaterales de muerte. También es cierto que la cadena de mando es utilizada para diluir la responsabilidad y autoría personal.

Esta realidad ha llevado a Hannah Arendt, la estudiosa del holocausto judío, a señalar “la terrible, indecible e impensable banalidad del mal”.

 

“Soy un pecador” (Lc 18, 13)

Cada uno y cada una de nosotros participamos en una historia en la cual todos somos víctimas y autores del mal. La correctamente entendida doctrina del pecado original nos lo revela: todos sufrimos por el pecado de Adán y Eva y todos cometemos su pecado. En grado menor o mayor soy cómplice del pecado que sacude la historia humana y acumula en ella tanto sufrimiento.

Además, toda persona sana tiene conciencia de esta situación y sabe de la sombra del pecado en su propio ser. Más de una vez comparte el grito doloroso de San Pablo: “No comprendo mi proceder: no hago lo que quiero y hago lo que aborrezco” (Rm 7, 15). Tú conoces esta sombra en tu corazón que tanto complica tu manera de relacionarte con los demás, con lo que existe, contigo mismo y con tu Dios. Muchas veces no quieres ni mirar ni reconocer la realidad de tu pecado; la escondes, la niegas y la reprimes.

No hay reconciliación con la sombra del pecado en nosotros sino exponiéndola a una luz que la diluya y transfigure. Siempre anhelamos el encuentro con alguien que gratuitamente nos ame así como somos, alguien que no nos juzgue, alguien que nos ame, precisamente porque hay esta sombra en nosotros.

¡Qué pena cuando melodías y canciones agridulce distorsionan en el grito penitencial de nuestras liturgias la oración del publicano que tanto agrada a Jesús. “Señor, ten compasión de mí, que soy un pecador”!.

 

“Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20)

 

Jesús, al entrar en nuestra historia, se hizo obediente a la condición humana. Se exponía a nuestras tentaciones del poder, de la fama y de la riqueza y, con fidelidad, mantuvo su voluntad dentro de la voluntad del Padre.

Los encuentros de Jesús con pecadores y pecadoras en los evangelios pertenecen a lo más entrañable de su mensaje. Con razón se llama el capítulo 15 de Lucas: la buena nueva en la buena nueva.

Jesús, fiel a su misión, escogiendo el camino estrecho de la no violencia, “amando hasta el extremo”, será víctima del pecado y de los pecados del mundo. Pero, había anunciado: “Mi vida, nadie me la quita; yo la doy voluntariamente” (Jn 10, 18).

Haciendo memoria de la muerte y resurrección del Señor con gratitud y alegría cantamos en la Vigilia Pascual: “Esta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos… ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! Qué incomparable ternura y caridad… ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!... Esta noche ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes” (cf. Pregón Pascual).

 

¡Celebremos los sacramentos de nuestra reconciliación! ¡Acojamos el perdón y ofrezcamos el perdón!

Una “gran nube de testigos” (cf. Hb 11 y 12) nos envuelve. Allí están los incontables llamados bienaventurados por Jesús (cf. Mt 5), también la “muchedumbre inmensa de quienes vienen de la gran tribulación y han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del cordero” (cf. Ap 7, 9-17), también la joven judía Etty Hillesum que en medio de las atrocidades del campo de concentración ofrece su ayuda a Dios. También está Oscar Romero y los muchos mártires latinoame-ricanos y peruanos que con la entrega de sus vidas proclaman que los derechos de los pobres son los derechos de Dios.

También está Malala Yousafzai, la joven pakistaní que, exponiendo su vida, defiende el derecho a la educación de las mujeres de su país. También está Nelson Mandela y el mundo entero celebra su 95 aniversario y reconoce que él ha abierto puertas que ya nadie podrá cerrar. (Publicado en Mar Adentro, agosto 2013)

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