La quiebra de las instituciones

Chimbote en Línea (Por: Germán Torres Cobián)  “Paz a los hombres y guerra a las instituciones”, clamaban los  anarquistas de principios del siglo XX.  A pesar de su empeño por llevar a cabo este lema, nunca alcanzaron su objetivo. En general, casi siempre  ha sido al revés: en todas las épocas  ha habido una situación de guerra a los hombres y paz a las instituciones.

En nuestro país y en el resto del mundo. Y nunca como ahora el hombre ha tenido  la noción de que su vida depende de las instituciones, esos  centros de decisión lejanos, casi inaccesibles para el común de los mortales.

Tal parece que las instituciones  no nacieran de los hombres, sino los hombres de ellas. Lo cual  tal vez puede ser cierto, porque, ¿qué conocemos nosotros del origen de todo? Apenas sabemos que hace unos pocos millones de años descendimos de los árboles y que hacemos esfuerzos considerables para no volver a subirnos a ellos, aunque a veces la tentación de volver a la época de los monos o  las cavernas  sea demasiado fuerte (no hace mucho, hemos estado a punto de una conflagración bélica generalizada si Estados Unidos llega a atacar a Siria).

El sentido que le vamos  viendo a la civilización es tal que hay un fervoroso deseo, por parte de muchos, de escapar  de ella. “Paren el mundo que aquí me bajo”, escribió alguien en el siglo pasado.

Las  instituciones más importantes  se resquebrajan en nuestro país. Los peruanos sienten  amenazado aquello en lo que más han creído. Para unos, se quiebra la familia  (que hace agua por todas partes); para  otros, la institución del matrimonio (la gente ya no se casa, sólo convive); para  todos, el Parlamento peruano cuya  reputación ya está por los suelos  (la suspensión por cuatro meses del congresista de Perú Posible Modesto Jara por nepotismo, la acusación fiscal contra la fujimorista  María López Córdova por enriquecimiento ilícito,  las imputaciones periodísticas contra Michael Urtecho y otros escándalos han  mellado aún más la credibilidad de  esta institución);  para la opinión pública en general, se quiebra el Poder Judicial (por su intento de encubrir los delitos de Alan García descubiertos por la Comisión de Fiscalización, y otros desaguisados); para todos los peruanos, se desprestigia la institución presidencial (los últimos tres ex presidentes están  acusados de graves delitos, uno ya está preso)…

Estas pocas muestras constituyen  sucesos  muy preocupantes  que están socavando  la reputación  de las instituciones peruanas más importantes. Y, lo que es peor, ningún representante de estos organismos hace algo para salir de la  catástrofe;  por el contrario,  día a día, aumentan la deshonra de los mismos   mediante el insulto recíproco, la sentencia prevaricadora, o se recurre a la mentira y la  calumnia  para culpabilizar a los otros de ese descrédito.

Para los ciudadanos esto es indignante, esto es más de lo que pueden soportar. Muchos sufren viendo a sus instituciones personales y públicas desgarradas. Otros se aferran a lo que queda de ellas y continúan confiando en los harapos que están dejando. Sólo tienen  esa opción.

Sin embargo, para la mayoría, la decepción en nuestras instituciones  es palpable en la vida diaria, en los medios de comunicación, en las conversaciones de barrio... Nadie sabe lo que piensan y quieren los grupos políticos culpables, en grado sumo, de la quiebra de las instituciones; ignoramos sus planes para el  futuro de los peruanos, pero eso sí, se tiene la impresión de que  ya se están preparando para las próximas elecciones.

Mientras las necesidades básicas  de los pueblos y ciudades no acaban de resolverse, en tanto da la impresión de que este país se hunde, los políticos y los representantes de las instituciones pierden el tiempo en discusiones bizantinas en la radio, en la prensa, en la TV. 

Nadie sabe qué entienden los parlamentarios por democracia; sería necesario saber lo que entienden por sociedad democrática. Pero, no es sólo con las grandes  instituciones con las que la gente está descontenta, sino que la decepción se extiende mucho más allá, a los  Gobiernos locales, regionales, a  la  autoridad policial, a  la clase de enseñanza que se da a nuestros niños. Porque toda la estructura institucional peruana  está  quebrada por la corrupción.

En fin, en cualquier caso, debemos continuar criticando el funcionamiento de las instituciones y luchar por mejorarlas. Por su parte, quienes las tienen a su cargo, deben tener cuidado con su manejo, con su constante deterioro, con los continuos escándalos,  porque se corre el riesgo de fomentar la aparición de un caudillo autoritario que no solo va a terminar con las instituciones sino que  de paso va a  liquidar  las libertades que tanto costaron  arrancárselos al fujimorismo.

 

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