Romería

(Por: Guillermo Martínez) A los santeños que fueron víctimas de la violencia política del Perú de los 90, que fuimos todos.

“En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”. Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

De las fosas que están siendo descubiertas en Huaca Corral, se desentierra algo más (mucho más) que los cadáveres de 9 personas. Una de esas cosas es la memoria, otra de estas cosas es la verdad. Cruda, violenta y trágica, la memoria es un camino al que se le pone siempre obstáculos, pues tiende a acercarse a la verdad, que es la primera víctima de la guerra.

Sí, hablo de la guerra -que es un monstruo grande y pisa fuerte-, la recuerdo muy bien. Aquel horrible episodio de la historia reciente de nuestro país en que nos enfrentamos todos contra todos equivocando al enemigo. Esa guerra en la que lucharon los derechos en contra de la injusticia; en la que el hambre torturó a las mayorías; en la que la exclusión explotó con potencia nitrogénica e hizo trizas los vidrios de las ventanas de espectador y nos convirtió a todos, -a todos- en actores y a veces en los protagonistas de nuestra propia violencia.

En el año 91, el presentador de la tele y yo nos hicimos enemigos. Los provincianos odiaron a la capital. La capital no soportaba sus sofocones interiores y prohibía el paso, arrinconaba a guetos, reprimía hasta las fiestas populares que ya no tenían cohetes de artificio, si no de instalaza. Esa guerra de dizque baja intensidad que nos convirtió en ciudadanos de la desconfianza, en patriotas de desamparo, en habitantes del país de las maravillas, en enemigos unos de otros. Del que compraba pan junto a ti cada mañana, del que vendía unas pobres frutas en su triciclo, del dueño de la bodega, de los que subían al micro y no se sentaban a tu lado, e incluso de los que se sentaban a tu lado, medio sonriendo, medio desconfiando .

El 2 de mayo de 1992 se inició un calvario de 19 años que atraviesan las familias de los 9 desaparecidos de Santa. La única excusa válida para no acercarse a la verdad, era una desagraciada esperanza. La esperanza y la fe que hacía romerías, manifestaciones, marchas, plantones y hasta íntimas oraciones por las noches y en soledad, hablando como se habla con los desaparecidos: con la emoción apretando por dentro. Incluso la esperanza de niños, padres, madres y esposas cuyos sueños  de que estuvieran con vida, les permitía imaginarlos perdidos en alguna isla remota como Pedro Serrano o extranjeros en tierras lejanas, forasteros expatriados, esclavos y parias.

Quienes nos involucramos con este dolor hemos tenido cientos de informaciones acerca del paradero de las víctimas. Datos, testimonios, citas, croquis, mapas de loco, de todo. Desde cínicas afirmaciones de auto secuestro, hasta confesiones de mitómanos ebrios que alucinaban haberlos visto en otra ciudad y hasta hablado con alguno de ellos. Desde tumbas clandestinas en cementerios perdidos del norte, hasta emotivas evidencias de huesos calcinados de aves guaneras. No obstante alguna vez se estuvo cerca del paradero final.

En el año 96, gracias a la información de pescadores artesanales y campamentistas, tuve la oportunidad de participar hasta en tres oportunidades en una búsqueda de las tumbas clandestinas en el desierto, cerca del kilómetro 460 de la Panamericana Norte, a escasos 8 kilómetros de donde se encontraron esta semana las fosas. Sabemos que esas excursiones las han  repetido decenas de veces grupos de voluntarios, con la esperanza de dar con los cuerpos. Nosotros buscábamos más cerca del mar por eso nunca hallamos nada.

Pienso ahora que tal vez lo que buscábamos en aquel entonces no era lo que se halló en Huaca Corral, la semana que pasó. Tal vez junto a los cuerpos, emergían sentimientos distintos a los que ahora, -sin duda- nos conmueven. Yo creo que había aún mucha violencia y resentimiento, que quizá cegaría los ojos a cualquier indicio, a cualquier descubrimiento. En este momento no me cabe la menor duda de que hay otra cosa importante que en esas tumbas se ha encontrado. Pues, en medio de dolor de los cuerpos momificados de las víctimas, - y puede parecer increíble- ha aparecido cierta Paz, Consuelo y Descanso para la angustia y tormento de los familiares.

Ahora, es cierto con el hallazgo de los cadáveres se empieza a tener certezas claras de los hechos. Sí hubo una detención extrajudicial de nueve personas, sí fueron asesinados, sí se usó armas de fuego sólo utilizadas por la fuerzas armadas, sí fueron crueles e inhumanos los asesinos. A cada momento me acerco al internet para informarme de una nueva noticia y ver una nueva foto. La verdad es tal vez peor de lo que nos imaginábamos. No obstante, el tiempo nos envía signos que debemos atender.

No sólo porque en el primer decenio de este nuevo siglo se ha fortalecido la reconciliación nacional. Aún con nuestras taras, nuestras dificultades y miserias, hemos podido acercarnos a la inclusión, al crecimiento de la nación, al reconocimiento de múltiples identidades, propiciando el respeto y valoración de las diferencias. No sólo porque el Perú se siente orgulloso de ser Perú. Si no también porque la reflexión sobre el pasado reciente ha brindado nuevos frutos de gobernabilidad y desarrollo al país. Tal vez estas líneas sean un pecado de optimismo, pero también son un canto de mi propia esperanza, que –con perdón- es también legítima.

No encontramos en el 96 los restos de los desaparecidos cuando sus heridas eran aún frescas en nuestra propia piel. Se han descubierto ahora. Cuando se revelan como reto para un nuevo gobierno. Cuando a través de los emotivos encuentros con sus deudos, se halla la paz y el consuelo. Cuando en el mismo Distrito de Santa es Agosto y es fiesta. Cuando en Santa (y Ancash) es Agosto y se recuerda el martirio del Padre Sandro Dordi y los misioneros franciscanos de Pariacoto. Han aparecido nuestros hermanos como una oportuna verdad, aquella que Caín no pudo ocultar porque era evidente. Recordemos pues la pregunta bíblica “¿Señor, quien es mi prójimo?”... los restos de Huaca Corral nos revelan la respuesta: Ahí está tu hermano.

En estas líneas finales quiero hace llegar mi abrazo a todos. Estoy sumamente conmovido por los hechos de la última semana. Deseo tanto hacer llegar mi pésame a todos los familiares de las victimas de Santa, que simbolizan a todas las víctimas de la violencia y susurrarles el verso de Rubén Blades: ¿Y cuándo vuelve el desaparecido? … cada vez que lo trae el pensamiento. Hasta pronto.