Al partir el pan (Fr. Héctor Herrera, o.p.)

Chimbote en Línea (Compartiendo).- Juan y Graciela, van angustiados, desesperanzados. Han perdido a su hijo Jonatán. Estaba ya casi para concluir su carrera de ingeniero. Era el orgullo de sus padres y el que iba a sacar a sus hermanos adelante.

Igual que los discípulos de Emaús, nos dice, el evangelio de Lc. 24,13-35 caminaban de Jerusalén, el centro de los acontecimientos donde los poderosos, les habían arrebatado la esperanza, matando a Jesús, como quizás hoy nosotros podemos tener la misma experiencia de una fe débil, cuando los poderosos utilizan todos los medios para quebrar la esperanza de algo nuevo que surja en el pueblo.

Jesús sale a nuestro encuentro, como se acercó a Cleofás y a su compañero, quienes se habían apartado del grupo de los creyentes y se iban tristes. El buen Maestro nos dice, como a los de Emaús: ¡Qué necios y torpes son ustedes para creer lo que anunciaron los profetas! (v.25). Y Jesús, el compañero de camino, nos va abriendo la inteligencia poco a poco, a través de la Sagrada Escritura. El Mesías tenía que padecer, ser muerto y volver a la vida.

El mensaje central es Jesús ha muerto y ha resucitado. Va fortaleciendo su fe y les devuelve la alegría poco a poco. Ese diálogo y enseñanza, los lleva a una actitud de confianza, a preocuparse por su interlocutor. Y le dicen: "Quédate con nosotros, porque ya atardece y va anocheciendo" (v.29).

El forastero los escucha y se sienta a la mesa. Sus ojos que estaban vendados se les abren cuando parte el pan y lo reconocieron (vv.30-31). Es en el partir el pan, en el compartir, cuando abrimos nuestros ojos a la realidad de la persona de Jesús. Cuando lo escuchamos atentamente con su Palabra de vida y nos sentamos a la mesa como hermanos para compartir esa experiencia profunda: Jesús es el Pan de vida, el resucitado.

Él nos abre caminos de esperanza, que pasan por una profunda reflexión de fe para mirar con profundidad lo que pasa en nuestra realidad personal y social. Él nos abre los ojos ante esa realidad de niños y niñas hambrientos de pan, de amor, de afecto. Porque los excluidos, quieren que los acojamos con el pan de la dignidad, de la educación, de la libertad y de la verdad.

Hay que devolver la esperanza a los pobres, no con promesas, sino con dignidad y con el respeto por los derechos humanos. Los discípulos vuelven de Emaús a Jerusalén, donde existe ya una comunidad que había visto al resucitado y se integran a ser testigos del Señor de la vida.

El apóstol Pedro nos recordará que ese Jesús a quienes ustedes colgaron y mataron en una cruz, Dios lo resucitó para romper las ataduras de la muerte (Hch 2,23-24). Hoy también ser discípulos y testigos de la vida, es no olvidar a las víctimas de la violencia, sino escuchar y poner en práctica el testimonio y las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y de la reconciliación, para que no se repita la violencia, sino dar un signo claro que amamos la vida con paz, justicia y verdad. (Por: Fray Héctor Herrera, o.p.)
 

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